Durante los últimos meses se han levantado una serie de comentarios con respecto a un episodio violento al interior de la relación afectiva entre dos miembros del “jet-set” latinoamericano. A partir de este episodio han llovido entrevistas, comentarios, conjeturas e incluso movimientos virtuales en favor de uno u otro de los protagonistas de este lamentable episodio. Como en todas las historias, el culpable es construido a partir del lugar de cada uno de los sujetos en la situación (Villa, 2014). Sin embargo, valdría la pena pensar de manera detenida que es lo que ha llevado a millones de colombianos a movilizarse (aunque sea de forma digital) por un hecho claramente reprochable e injustificable y ver cómo la violencia física se ha convertido en un factor atractivo para este tipo de reacciones.
Episodios como el ocurrido, los casos de Yuliana Samboni y Rosa Elvira Celis han tocado al país y se han convertido en referentes de la forma en que una parte de la sociedad colombiana ha condenado hechos de violencia física hacia las mujeres. Sin embargo, es llamativa la forma en que muchos episodios violentos, no necesariamente físicos pasan desapercibidos y no despiertan la solidaridad que despiertan hechos evidentes de violencia como los anteriores. Vale la pena ilustrar situaciones que son cotidianas ante las que nunca se ha llegado a crear un hashtag que sea tendencia nacional. El primero que me viene a la mente es por ejemplo el papel de “Betty La Fea” y la forma en que el éxito económico se encuentra asociado a una estética particular, es decir, en esta telenovela que aún es considerada como el éxito más grande de la industria colombiana, la forma en que su protagonista llego a conseguir dinero y validó la historia de amor que se formalizo entre su ex jefe y ella estuvo mediado por un cambio de look y la eliminación de su accesorio característico (los brackets), ello logra justificar el sentimiento que compartían los dos protagonistas. Es decir, el cambio en la estética de la protagonista de esta historia es un ritual casi obligatorio para justificar los sentimientos de su enamorado, en un fenómeno parecido a lo que Rincón denomina como la narcoestetica (Rìncon, 2009) que fue erigido como el galán: un hombre joven, rico y exitoso que en el principio de esta historia romántica estaba unido a una mujer de sus mismas características.
El problema en realidad no se encuentra en la historia, sino en la forma en que se ha convertido en un referente de la vida en Colombia y ha sido adaptada en muchos países. Es decir, hemos exportado historias en las que las mujeres deben sufrir una transformación total para lograr justificar su relación con un hombre y en la que la estética trasciende la importancia de dimensiones humanas tan importantes como la personalidad o el carisma. Mientras que, en su versión masculina, el fiel compañero de “Betty”, Nicolas no tuvo que pasar por estos rituales para poder conquistar a la mujer que deseaba, sino que la riqueza se convirtió en el elemento que hizo posible esta relación. Esto por supuesto, no genero ningún tipo de indignación, sino que se convirtió en uno de los símbolos de la industria televisiva colombiana. Sin duda, podríamos pensar que toda esta historia no es más que la reproducción de estereotipos que generan violencia simbólica (Blandez, Fernandez, & Sierra, 2007) en nuestra comunidad, pues envía el mensaje a las mujeres que no cumplen a cabalidad con algunas normas estéticas que si desean estar con un tipo particular de hombre deben cambiar casi toda su esencia estética para de este modo justificar que él desee una relación estable con ellas.
Claramente esta historia no genero movilizaciones, sino que por el contrario hizo que su final fuera el evento televisivo con mayor audiencia en la historia. Ahora bien, las situaciones cotidianas en las que nos encontramos con estereotipos que reproducen violencia simbólica hacia las mujeres son considerables, pero han sido tan naturalizadas que no solo no despiertan indignación, sino que se convierten en parte de la cotidianidad. Un nuevo ejemplo de ello es evidente cuando mujeres deportistas logran alcanzar un reconocimiento en algún deporte. En estas situaciones las preguntas periodísticas suelen estar direccionadas a temas como si es posible mantener una relación afectiva mientras se desempeñan como deportistas, si desean tener hijos o si existe un hombre que “las desvele”, pareciera que estas mujeres que logran grandes hazañas no pueden enfocarse en continuar con su carrera si no se encuentran en la búsqueda del “hombre de sus vidas”.
Estos episodios son algunos de varios que son emitidos día a día y que se reproducen de manera silenciosa en la sociedad de Colombia. Ahora bien, no se trata de un llamado a incendiar las calles y terminar con la industria de la televisión colombiana, simplemente se trata de un llamado de atención hacia los comportamientos que entendemos como naturales pero que esconden estereotipos que encasillan a las mujeres como seres en función de otro, de los hombres.
Reflexiones finales
Estos comportamientos son al menos llamativos en una sociedad que ha asimilado de forma clara las redes sociales como un medio de protesta (Scherer-Warren, 2005). En espacios como Facebook, Twitter e Instagram es posible de vez en cuando identificar episodios que generan la solidaridad de millones de personas, pero ante hechos de este tipo no se pronuncian. Es allí, donde movimientos como la Fundacion Cideem se han enfocado y cuya labor es fundamental, puesto que se trata de situaciones que pasan frente a nuestros ojos de forma constante, pero que se vuelven invisibles o no son identificadas, precisamente porque se han convertido en parte de la cotidianidad. Ante ello, es importante retomar el titulo de este corto escrito, es momento de llevar la solidaridad más allá de la violencia física y empezar a crear contenidos en los que los hombres y mujeres sean vistos como individuos capaces que no se encuentran supeditados a los deseos o ideales de otro. Es momento de pensarnos como sujetos en condiciones de igualdad y por tanto con capacidad de no vivir en función de complacer al sexo opuesto.
Autor: Héctor Vargas, antropólogo egresado de la Universidad Externado de Colombia, candidato a master en estudios de familia en la misma universidad. Especialista en análisis económicos familiares y de sus contextos. Asesor en el grupo de patrimonio en el ICAHN e investigador en la Fundación CIDEEM.
Bibliogafía
- Blandez, J., Fernández, E., & Sierra, M. (2007). Estereotipos de género, actividad física y escuela: La perspectiva del alumnado. Profesorado, 2-21.
- Rìncon, O. (2009). Narco.estética y narcocultura en narcolombia. Nueva sociedad, 147-16
- Scherer-Warren, I. (2005). Redes sociales y movimientos en la sociedad de la informacion. Nueva sociedad, 77-92.
- Villa, J. D. (2014). Memoria, historias de vida y papel de la escucha en la transformacion subjetiva de las victimas. Agora, 37-60.
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