A pesar del principio teórico de la constitución de Colombia que concibe a la república como un estado descentralizado, la fría realidad es que el país sigue siendo manejado y planeado desde los centros urbanos, particularmente desde la capital. En muchos casos esto deja las zonas rurales en condiciones desiguales. Es en Bogotá donde se concentra la mayor parte de la presencia institucional y es allí donde se toman las decisiones que moldean la vida de las personas que se encuentran a lo largo y ancho del territorio. Podría decirse que se trata del punto desde el que son proyectados la mayoría de programas de acción social que se ejecutan en el país ya sea por iniciativa pública o privada en el país.
Dicho esto, condiciones extraordinarias como las propiciadas por la pandemia de COVID-19 han establecido una serie de cambios en la forma de ejecutar, monitorear, diseñar y valorar las actividades de acción social desarrolladas por instituciones como la Fundación CIDEEM,.
En primer lugar, uno de los retos que evidencia esta “nueva realidad” es cómo re-pensarse la comunicación y particularmente las expresiones de afecto necesarias para llevar a cabo trabajo de co-creación y sensibilización con la sociedad civil, ya que el realizar actividades como talleres de sensibilización sobre violencias de género, actividades enfocadas al reconocimiento del cuerpo como espacio político y de lucha o visitas a los territorios para conocer las condiciones en que se desarrollan las vidas de las beneficiarias de los programas de acción social de la fundación requieren tener comunicación efectiva con las comunidades, un trabajo afectivo y pensar estrategias colectivas, ya que son espacios que debieron ser replanteados y tuvieron que ser reformuladas.
Este proceso de reformulación hizo aún más evidentes las brechas que existen en Colombia entre los territorios urbanos y los territorios rurales. En este caso, servicios que para una parte significativa de quienes habitan en Bogotá se consideran básicos (al menos para vivir en lo que algunos han denominado como la sociedad de la información) siguen siendo lujos al alcance de un grupo reducido de personas en muchos territorios rurales. El ejemplo por excelencia y que ha sido motivo de cubrimiento periodístico es el acceso a internet, puesto que los diferentes procesos de aislamiento obligan a las poblaciones a estar en casa para desde allí cubrir sus obligaciones y necesidades. Sin embargo, el acceso a una conexión estable de internet, ya sea móvil o fija, no es posible para todas las familias colombianas. Además de ser un vacío por parte de los operadores que ofrecen los servicios en cuestión, hay una causa más profunda para el acceso desigual a la tecnología y virtualidad: la falta de infraestructura que hay en el país que evidencia condiciones críticas como la poca cobertura de electricidad en el país. Esto nos hace preguntarnos ¿cómo considerar a nuestro país como parte de la OCDE[1] habiendo zonas del país en donde no ha llegado un servicio tan básico como la energía eléctrica?
[1] Organización para la cooperación y Desarrollo Económicos
Frente a este panorama, el desarrollo de la acción social se vuelve cada vez más complejo. La ejecución de actividades enfocadas a generar cambios en las poblaciones que lo requieren se ve obstaculizada por una serie de condiciones estructurales, ante las que la asistencia de entidades públicas o privadas se ve verdaderamente minada. Por otro lado, los fondos de apoyo humanitario y el capital destinado a generar algún tipo de impacto social se han visto disminuidos de manera dramática dando prioridad -como es lógico- para atender condiciones propiciadas por la dinámica de confinamiento y el COVID.
Sin embargo, es de resaltar que la ejecución de programas de acción social son medios de apoyo para dar respuesta a condiciones de salud pública relacionadas con las cuarentenas implementadas. En el caso de CIDEEM, es evidente que el desarrollo de programas enfocados a generar espacios seguros para las mujeres y que tengan como génesis el hogar son de principal relevancia en las condiciones actuales, puesto que el confinamiento ha develado una dinámica de violencia al interior de los hogares que antes era invisibilizada o puesta en un nivel de relevancia menor.
A modo de síntesis, consideramos pertinente el llamado a apoyar la implementación de programas de acción social que son desarrollados no solamente por parte de instituciones como CIDEEM, sino de un entramado de instituciones e iniciativas comunitarias que buscan dotar de herramientas a diferentes poblaciones para hacer frente a las condiciones que han conformado nuestra “nueva normalidad”. Hoy, es necesario, más que nunca, deconstruir las condiciones que nos han llevado a construir una sociedad que tiene la violencia contra las mujeres como uno de sus pilares.
Autores: Héctor Ricardo Vargas y Camila Páez Bernal
Leave a Comment