
“Confrontar el desarrollo” –no aceptarlo de rutina como la panacea del punto IV propuesto por el presidente Harry Truman en 1949– es una necesidad vital para nosotros los del mundo dependiente. Vital, porque en ello se juegan la autonomía, la personalidad y la cultura, las bases productivas y la visión del mundo que nos han dado el hálito de vida como seres humanos y pueblos dignos de respeto y de un mejor futuro. (Fals Borda, 2007, p. 7)
Una de las mayores preocupaciones de los pensadores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX, entre los años 40 y 80, ha sido el ideal desarrollo como medio para estar en ‘los estándares’ exigidos globalmente e impuestos como deseables y, asimismo, salir del ‘subdesarrollo’. Por otro lado, muchos pensadores se han concentrado en analizar las implicaciones del desarrollo como discurso, contrario a lo que aparenta la idea de desarrollo, como expusieron posteriormente los postcoloniales y subalternos ha sido una herramienta hegemónica que ha permitido la imposición de políticas internacionales y la intervención a países llamados ‘subdesarrollados’ por países ‘del primer mundo’ e instituciones globales, que sirven a los intereses de unos pocos y a una economía inequitativa. Así pues, mediante este artículo se busca exponer brevemente como se ha implementado esa idea de desarrollo y los debates que se tejen en torno a esta.
El discurso del desarrollo surge después de la segunda guerra mundial, en un momento en el que los ideales de progreso se venían cuestionando y nacían importantes organismos internacionales (ONU, El Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) con el objetivo de regular las relaciones de poder y evitar que se repitieran eventos como los que tuvieron lugar entre 1939 y 1945. El discurso del desarrollo emerge en la modernidad y en conexión con la idea de progreso:
La relación más directa entre modernidad y desarrollo se puede establecer a través del concepto de progreso, el cual surge de la constatación, en un determinado momento de la historia de Europa (siglos XVII, XVIII y XIX), del proceso enorme y profundo de cambio social, tecnológico y económico cuya base era la acumulación de capital. (Berneth Peña , 2001, p. 201)
Al perder fuerza la idea de progreso después de la segunda guerra mundial, es el concepto de desarrollo el que entra en escena como clave para las políticas y modelos implementados en los distintos países. Según Gustavo Esteva, fue el 20 de enero de 1949, el día de la posesión de Harry S. Truman, cuando la idea de subdesarrollo fue inventada como una campaña política que legitimaria la hegemonía estadounidense: “debemos embarcarnos en un programa completamente nuevo para hacer accesibles los beneficios de nuestros avances científicos y de nuestro progreso industrial, de tal forma que las áreas subdesarrolladas puedan crecer y mejorar.” (Esteva, 1. Desarrollo, 2000, p. 68)
Este concepto desarrollo[1] tiene como antecedentes las construcciones discursivas sobre la pobreza; a partir de este momento, se iguala la categoría pobreza a la de subdesarrollo, gestándose así relaciones principalmente binarias (desarrollo/subdesarrollo) de dominación que legitimaban la intervención de los países desarrollados sobre los subdesarrollados. Asimismo, afirma Esteva: “De repente se creó una nueva percepción de uno mismo y del otro. Se usurparon y se metamorfosearon con éxito doscientos años de construcción socia del significado político e histórico del término.” (Esteva, 1. Desarrollo, 2000, p. 69). Por lo tanto, de acuerdo con Esteva, ese día una gran parte de la población paso a ser categorizada como subdesarrollada.
Arturo Escobar (2007) plantea que el desarrollo es un discurso producido históricamente, del cual diversos países se apropiaron (incluso antes de la segunda guerra mundial) nominándose como subdesarrollados, y por consiguiente, convirtiendo su interés principal en encontrar los medios para ‘desarrollarse’ y seguir la ruta de los países ‘desarrollados’. Este discurso surge de la mano con el conflicto oriente-occidente (la guerra fría), siendo una estrategia que promovía la rivalidad, y simultáneamente, estimulaba proyectos de la civilización industrial(Escobar, 2007, p.63-78). En esta medida, esto opera como una formación discursiva que origina “un aparato eficiente que relaciona sistemáticamente las formas de conocimiento con las técnicas de poder.” (Escobar, La invención del Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo, 2007, p. 30). Así pues, durante la expansión de este discurso se generaron múltiples enfoques diferenciales, como fueron el desarrollo de las áreas rurales, la mujer en el desarrollo, el desarrollo urbano (Escobar, 2007, p.35); (Esteva, 2000, p.74).
La premisa básica del discurso del desarrollo consistía en la creencia de que sólo por medio de la modernización se podrían destruir relaciones arcaicas y ‘salvajes’, lo cual llevaría, por medio de la industrialización y urbanización, al apetecido desarrollo material, el cual conllevaría al progreso cultural, social y político (Escobar, 2007, pg.78). Esto relegó otras formas de relaciones culturales, sociales y políticas a las categorías de inútiles e inservibles, con lo cual cualquier tipo de expresión social externa a la occidental-moderna debía ser eliminada, ya que “La metáfora del desarrollo confirió hegemonía global a una genealogía de la historia puramente occidental, robando a las gentes y pueblos de distintitas culturas la oportunidad de definir las formas de su vida social.” (Esteva, 1. Desarrollo, 2000, p. 73)
Todo lo anterior llevó a la suposición de que la búsqueda del desarrollo se debía hacer con inversión del capital, el cual, ya que era imposible que los países ‘subdesarrollados’ lo obtuvieran, sería dado por los gobiernos e instituciones internacionales; como consecuencia se incrementaron las brechas de pobreza debido a que se generaron unas deudas altísimas para los países que accedieron a estas ‘ayudas’. En otras palabras, este discurso tenía una fuerte trasfondo económico, concretándose en lo que se conoció posteriormente como la economía del desarrollo:
“La Economía del Desarrollo adquirió un cuerpo teórico propio, mas no independiente de la ciencia económica, y logró apropiarse de un objeto de estudio definido: los países subdesarrollados y pobres; crear modelos para su explicación y posterior arreglo (piénsese en los modelos de Harrod-Domar, Nurske, W. Arthur Lewis; y, por supuesto, la constitución de un objetivo: disparar el crecimiento económico de los países pobres.” (Berneth Peña , 2001, p. 202)
Esto quiere decir que a partir del concepto de desarrollo se re-significaron las relaciones coloniales, puesto que ya no era la salvación del ‘salvaje’, el ‘bárbaro’ o el ‘incivilizado’ la que estaba en juego, sino el bienestar del ‘subdesarrollado’. En otras palabras, la categoría de ‘subdesarrollado’ implicó la construcción de un sujeto oprimido y considerado inferior, mientras que la de ‘desarrollado’ fue la del sujeto dominador y opresor; todo esto le quito autonomía a la población reconocida como pobre, sujetándola de manera sutil, a una minoría de edad que posibilitaba la intrusión del mundo ‘civilizado’. Además de ello, el nombramiento que implicó la aparición del sujeto ‘subdesarrollado’, consistió en un acto de dominación y legitimación de actos de opresión abanderados con el discurso del desarrollo.
Siguiendo con esta línea de análisis, Escobar afirma que:
“La coherencia de los efectos logrados por el discurso del desarrollo es la clave de su éxito como forma hegemónica de representación: la construcción de los “pobres” y “subdesarrollados” como sujetos universales, preconstituidos, basándose en el privilegio de los representadores; el ejercicio del poder sobre el Tercer Mundo posibilitado a través de esta homogeneización discursiva (que implica la eliminación de la complejidad y diversidad de los pueblos del Tercer Mundo, de tal modo que un colono mexicano, un campesino nepalí y un nómada tuareg terminan siendo equivalentes como “pobres” y “subdesarrollados”); y la colonización y dominación de las economías y las ecologías humanas y naturales del Tercer Mundo.” (Escobar, La invención del Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo, 2007, p. 99)
Por lo tanto, el discurso de desarrollo estableció una mirada negativa sobre las poblaciones y costumbres de los países categorizados como ‘subdesarrollados’. Este fue una ideología que permitió la sobrevalorización de los discursos de occidente y la subvaloración de otros mundos y experiencias; además esta desestimación de valores y prácticas, distintas a las occidentales, es lo que convierte al desarrollo en un discurso tan eficaz de dominación. Por medio de estrategias que parecen inofensivas y que aparentemente solo buscan ayudar a los ‘pobres’ ha sido posible que países como Estados Unidos intervengan en políticas y economías nacionales y locales, quitándole autonomía a lo local. Esto ha permitido que, de manera inevitable, se apoye el ingreso de relaciones económicas de dependencia, que dejan economías alternas y pequeñas a la deriva y sin poder para competir.
Particularmente en América Latina el discurso de desarrollo se concretó en políticas que el estado intentó establecer en los distintos países. Desde la década de los 50 hasta, finales de los 70, el discurso político y económico de Latinoamérica, tal como en África y Asia, versó sobre la idea de desarrollo: en los años 50’ la discusión se centró en las teorías sobre el desarrollo económico, mientras que a finales de la década de los 70, reinó el enfoque de las necesidades humanas básicas (Escobar, 2007, p.21). Por ejemplo, en autores fundacionales del pensamiento latinoamericano se encontraban latentes las ideas de progreso, evolución y de desarrollo, como en los mexicanos José Vasconcelos (1948) y Leopoldo Zea (1965), quienes a pesar de sus diferencias, construían la idea de un pueblo americano ‘desarrollado y ‘mejorado’ que se concretara en la raza universal que nace en América Latina.
Todas las políticas, de acuerdo o no con el sistema capitalista, implementadas en los países latinoamericanos expresaban las necesidades y críticas en términos del desarrollo, es decir, no se ponía en duda la necesidad del desarrollo. Varios críticos latinoamericanos de los años 70 criticaron la políticas desarrollistas que habían sido importadas al país, más no la idea misma de desarrollo, en lo que llamaron las teorías de la dependencia. En muchos casos la temática del desarrollo se relacionó estrechamente con las nociones de dependencia, como explica Osorio (2004).
Pensadores como el brasileño Theotonio Dos Santos (1978) y el mexicano Rodolfo Stavenhagen (1970) señalaron las fallas de los modelos impuestos, bajo lo que se denominó la teoría de la dependencia.
Por un lado, Dos Santos, planteó que las economías y modelos desarrollistas impuestos únicamente favorecían a intereses particulares y no a los países subdesarrollados, más no cuestiona la idea misma de desarrollo como elemento primordial para el aumento de la marginalidad, desigualdad y pobreza de los pobladores agrícolas y trabajadores, ya que “el triunfo de este modelo de desarrollo significará la acentuación y profundización del proceso de concentración y monopolización de la economía, llevándolo hacia niveles que superan en mucho nuestra imaginación” (Dos Santos, 1978, p. 121); por otro lado, Stavenhagen critica la manera en que se ha impuesto la idea de desarrollo en América Latina por medio de siete tesis falsas, las cuales justifican formas de legitimación y la reproducción de desigualdades. Este autor parte de la idea de que sino se de-construye el colonialismo interno en Latinoamérica nunca se llegará a un desarrollo y progreso real, dado que “el progreso de las áreas modernas urbanas e industriales de América Latina se hace a costa de las zonas “atrasadas”, arcaicas y tradicionales”. (Stavenhagen, 1970, p. 68)
A finales de las teorías marxistas, que fueron un nicho de fuertes criticas contra las ‘economía del desarrollo’, estos autores usaron las categorías como centro y periferia para hacer énfasis en las desigualdades enmarcadas en el discurso del desarrollo. Estas criticas contribuyeron a la formación de las teorías del subdesarrollo, que apoyaron las teorías de la dependencia de la cual hablamos anteriormente(Berneth Peña , 2001, p. 212).
Para los años 80 empezó a ser notable el fracaso del discurso del desarrollo en Latinoamérica, pues en vez de generar igualdad, se veía un aumento en la brecha entre los países ricos y pobres a raíz de un aumento de las deudas e imposibilidad para pagarlas. Cada vez se veía más lejana la promesa del desarrollo, todo esto generó frustración y rabia, como también el fortalecimiento de las diferencias entre las clases altas con el resto de la población (Esteva, 2009, p. 3). Pero simultáneamente, esta crisis del discurso del desarrollo permitió el surgimiento de subalternos:
“descubrieron que, a pesar de todos los despojos del colonialismo y el desarrollo, aún contaban con la bendición de su dignidad, y con ella venía su propia definición de la buena vida, del buen vivir, de sus formas sensatas y conviviales de honrar a la Madre Tierra y de convivir con otros. Descubrieron que, a final de cuentas, el “desarrollo” sólo significaba aceptar una definición universal de la buena vida que, además de inviable, carecía por completo de sentido.” (Esteva, 2009, p. 3)
Fue en este contexto histórico que adquirió poder el concepto de posdesarrollo como alternativa y resistencia al discurso hegemónico y colonizador del desarrollo en los años 90. Pensadores como El filosofó austriaco Iván Illich, Douglas Lummis, Majid Rahnema, Arturo Escobar y Gustavo Esteva publicaron el Diccionario del Desarrollo (1992) donde se hizo una crítica a las relaciones de poder entrañadas en el discurso del desarrollo y se intentó concebir una era del posdesarrollo. Es en este mismo texto en donde Arturo Escobar afirma: “Las practicas que aun sobreviven en el Tercer Mundo a pesar del desarrollo, entonces, señalan el camino para moverse mas allá del cambio social y, en el largo plazo, entrar en una era poseconómica de posdesarrollo.” (Escobar, Planificación, 1996, p. 232)
Para Escobar (2005) la idea del postdesarrollo, más allá de ser un momento histórico, es una nueva forma de pararse ante los fenómenos sociales y darle voz a otras lógicas; en otras palabras, la explica a partir de cuatro puntos: 1) posibilidad de crear discursos y representaciones que no emerjan a partir de la idea de desarrollo; 2) la transformación de prácticas de saber, hacer y la “economía política de la verdad”; 3) dar visibilidad y voz a sujetos que han sido construidos como subdesarrollados y darles posibilidad de agencia; y 4) hacer énfasis en las resistencias y subversiones locales que se dan en contra de intervenciones en nombre del desarrollo y potencializar estrategias alternativas a las implementadas por proyectos que defienden el desarrollo (Escobar, 2005, p. 20).
Simultáneamente Esteva (2009) explica que el posdesarrollo significa una actitud que acepta y apoya la pluralidad existente en el mundo; es decir, un mundo en el que coexisten y dialogan muchos mundos (Esteva, 2009, p.4). Con este concepto se tiene como objetivo llegar a prácticas sociales, políticas y económicas en donde no prime una sola lógica exclusiva, sino que, den espacios para que diferentes formas de habitar el mundo y concebir el bienestar de diferentes formas.
La propuesta del ‘postdesarrollo’ fue duramente criticada en la década de los 90 debido a: 1) su enfoque en el discurso, el cual ignora las consecuencias materiales de los proyectos del desarrollo; 2) tiene una visión esencialista la noción de desarrollo, ya que tiene diferentes enfoques e instituciones (Escobar, 2005, p. 22) y 3) “Romantizaron las tradiciones locales y los movimientos sociales obviando el hecho de que lo local también se encuentra configurado por relaciones de poder”. (Escobar, 2005, p. 22)
Otra de las líneas criticas al concepto de desarrollo fue la teoría del sistema mundo, desarrollada por pensadores como el sociólogo Inmanuel Wallerstein y el geógrafo Peter Taylor. Esta teoría afirma que “ las situaciones de desigualdades en el desarrollo son una consecuencia de la integración conflictiva de las economías nacionales.” (Berneth Peña , 2001, p. 2013). Por lo tanto, parte de reconocer que el desarrollo o subdesarrollo de los respectivos países no se explica por su lugar en el camino y recorrido que inexorablemente lleva al desarrollo, sino que, tanto ‘desarrollados’ como ‘subdesarrollados’ son parte de un mismo sistema en donde los dos son necesarios para su funcionamiento.
Otro pensador que dio alternativas al concepto de desarrollo fue Amartya Sen, quien plantea que:
“el desarrollo puede ser considerado como un proceso de expansión de las libertades reales que disfruta la gente. Al centrar su atención en las libertades humanas, este enfoque contrasta con perspectivas más estrechas sobre el desarrollo, como las que lo identifican con el crecimiento del producto nacional bruto (PNB), el incremento de los ingresos personales, la industrialización, el avance tecnológico o la modernización social.” (Sen, 1999, p. 19)
A pesar de las críticas y reflexiones, si partimos de la afirmación de Esteva de que “hoy, para esos dos tercios de la población del planeta, el subdesarrollo es una amenaza que ya se ha cumplido, una experiencia vital de subordinación y de extravío inducido, de discriminación y de subyugación.” (Esteva, 1. Desarrollo, 2000, p. 70) ¿qué queda por hacer? Se mantienen abiertas las preguntas de ¿cómo pensarse un futuro?, ¿bajo qué categorías? ¿y qué sueños tener?. Cuestionarnos cómo imaginarse un horizonte que no este plagado de ideas desarrollistas que confinen a nuestra población a ser tratados y reconocidos como el otro que hay que salvar, sino que potencialice diferentes experiencias de bienestar y equidad. No hemos respondido cómo escapar de una idea de desarrollo que inevitablemente nos confina como subdesarrollados.
El promedio de las familias colombianas, marca la estadística con fuerza, pues nos muestra miles de familias compuestas por una madre cabeza de familia, muchas familias con una madre y con un padre lejano, que generan la sensación de ausencia de un rol de poder concreto. Razón por la cual el rol de mujer fuerte persigue constantemente a muchas niñas y mujeres, lo cual hace que todo el mundo asuma que a estas mujeres no les haya afectado el machismo y la desigualdad de género. Sin embargo, la heteronormatividad cruza todos los espacios su crianza, pues siempre queda la sensación de necesitar la aprobación de un hombre como figura de autoridad.
Siempre, como dice Oyéronké Oyewùmi (1997), hemos caído en la trampa de definirnos en relación con el otro. Pero ¿cómo podemos empezar a definirnos desde nosotros mismos? Creo que esa es una tarea que intentan hacer los feminismos, no en la búsqueda de una identidad esencialista, pero si en la búsqueda de la libertad y la autonomía, de un nuevo camino ¿cómo abrir ese nuevo camino?
Este es el momento en el que la reflexión empieza a generarme una conciencia individual, a través de mis experiencias de vida, y como autora de este artículo. Hasta hace muy poco me di cuenta que crecí y viví con la sombra de un otro, que aparentemente me completaba, y que le daba sentido a mi existencia, ese otro de poder masculino y autoridad legitimada, ese sentido de existencia que no es propio, sino impuesto. Hoy creo firmemente como persona atravesada por todas las coyunturas que hacen parte de mi vida, luego de toda una investigación teórica, que la expresión ‘castrante’ es machista, pues ese significado, a pesar de su referencia fálica, logra ejemplificar lo que se ha hecho con las experiencias femeninas, invalidantes y silenciadoras, que han buscado debilitar y desposeer de sus habilidades autónomas e independientes a todas las mujeres; esto reproduce la dependencia al sistema de poder patriarcal y paternalista.
También, bajo la categoría mujer se me han impuesto numerosas cargas, claramente he sido afortunada en comparación de otr@s compañer@s que enfrentan el yugo del sistema. Me ha quedado muy claro que no es lo mismo ser una mujer en Bogotá que una mujer en las zonas rurales. He estado en un espacio que me ha brindado educación y oportunidades, así mismo me ha enseñado a seguir determinados caminos, y valerme por mi misma. Siento que la dependencia que me han enseñado ha sido más de índole emocional que económico, como también político. Las feministas marxistas y de color logran dar una perspectiva más amplia en las opresiones, logran hacerlas personas y caras, más allá, las feministas chicanas y lésbicas logran hacer sentimientos y emociones de las opresiones; trascienden las reflexiones teóricas que me brindan autoras europeas y norteamericanas y las vuelven experiencias vividas y encarnadas. En esta medida, siento que me uno a las voces que rechazan la opresión, me siento parte de quienes se expresan sin miedo, y en contravía de lo establecido, y entiendo que nos quedan por identificar muchas otras que debemos visibilizar.
Para concluir, pienso que la lucha la debemos todos y todas, no importa si somos mujeres u hombres, no importa nuestra clase, nuestra raza ni nuestro lugar en el mundo. Conseguir equidad de género jamás será una tarea fácil, pero tampoco puede ser una guerra de géneros; es por esto que la pregunta: ¿qué significa ser mujer? Puede llegar a ser irrelevante si no tiene como único objetivo reivindicar y exponer nuevas formas de generar relaciones culturales de poder.
[1] “Desarrollo” responde a una clara continuidad de la empresa “civilizatoria” de Occidente, expresada por las ideologías, prácticas científicas, políticas y económicas de la Ilustración, del Progreso y ahora del Desarrollo. Todos ellos, momentos constitutivos de las distintas etapas del capitalismo. La historia occidental moderna, ha organizado y transformado a las áreas no europeas según sus propios esquemas. Las representaciones de Asia, África y América Latina como regiones “subdesarrolladas” son, según Arturo Escobar (1996), las herederas de una ilustre genealogía de concepciones occidentales sobre esas partes del mundo.” (Monsalvo, 2013).
Autora: Camila Páez Bernal, Directora General CIDEEM. Junio 2018.
Bibliogafía
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- Monsalvo, M. (Mayo de 2013). Desnaturalizar el Desarrollo Políticas Culturales para un Desarrollo Local en Diversidad. Recuperado el 23 de Septiembre de 2014, de Cuarto Congreso Argentino de Cultura : http://www.congresodecultura.gob.ar/wp-content/uploads/2013/05/MONSALVO.pdf?6d36e6
- Berneth Peña , L. (2001). Teorías del desarrollo. Un estaso de arte . Cuadernos De Geografía , 201-225.
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- Osorio, J. (2004). El marxismo latinoamericano y la dependencia. En M. Á. Porrua , Crítica de la economía vulgar Reproducción del capital y dependencia (págs. 129-148). México: UAZ.
- Zea, L. (1965). El Pensamiento Latinoaméricano. México: Fondo de cultura económica, México : Pormaca.
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